CAPÍTULO I
Las doce de la noche, hace mucho frío, pocos coches se
atreven a atravesar la Z1 a oscuras, solo dos de cada diez farolas están
encendidas, las últimas medidas de ahorro energético... Bajaba por Libreros
hacía Gran Vía, nada más entrar en ella me azotó un viento gélido que venía de
la Plaza de España, miré a derecha e izquierda y empecé a subir hacía Callao,
lejos quedaba aquella ciudad que nos prometían abierta y festiva, cuando al
comenzar el ocaso, un viernes cualquiera, a estas horas, los coches estarían
atascados y las aceras llenas de gente, pero 20 años después era un desierto.
Subí
hasta el antiguo Palacio de la Prensa, hoy en obras, y con una foto de “Ella”
que abarcaba toda la fachada. Con las manos en los bolsillos, aceleraba el
paso, iba solo, no me apetecía encontrarme con ninguna banda de asaltas,
ni con ninguna unidad de urrepes, crucé hacia el antiguo Palacio
de la Música, cerrado desde hace 12 años, ahora tapiado y rodeado de alambre
electrificado, desde el último ataque de los asaltas, y en la
boca de metro “Callao Trump Enterprises ”, cerrado desde hacía dos horas, alguien había saltado los cerrojos de
la verja, se atisbaban bultos echados al final de los escalones arriesgándose a
que los urrepes los detuvieran y los llevaran a la Casa de Campo.
Al llegar
a la esquina con Callao observé si había algún coche aparcado y corrí hacia
Postigo de San Martín, respiré, no me había encontrado con nadie. Bajé dos
portales y llamé al telefonillo del tercero. Una voz ronca preguntó:
—¿Elías?.
—Si —le
respondí— ábreme que hace mucho frío.
Sonó el
repiqueteo del portero automático, empujé la pesada puerta y subí los escalones
de los cuatro pisos corriendo. Los ascensores estaban prohibidos de 22 a 7 de
la mañana. Fran me esperaba con la puerta abierta y entré casi tan rápido como había
subido las escaleras. Pasé directamente al salón y casi sin tiempo de quitarme
el abrigo me tiré en un sillón mientras me di cuenta de que una chica dormitaba
en el sofá.
—Joder,
cada vez me das más miedo andar por la Z1 a estas horas— le dije a Fran
mientras volvía de la cocina con agua caliente y manzanilla.
—Es de
las macetas, ponte azúcar, no tengo sacarina, aunque a decir verdad para qué
coño queremos la sacarina ahora.
—Pues
tienes razón. Gracias por dejarme dormir aquí. Me entretuve y cuando me di
cuenta ya no podía coger el metro… volver a casa andando es peligroso y sobre
todo ahora que sellan los saltos de zona a las diez de la noche. Santa María de
la Cabeza está tomado por asaltas y unidades de urrepes.
¿Cómo va a acabar esto Fran? — pregunté mientras le daba un sorbo a la
manzanilla, que sabía a gloria.
—No lo
sé, ayer me contaron cosas terribles que no quiero pensar que sean verdad—se
quedó callado y pensativo— no me las puedo creer, dicen que los detenidos no
vuelven a salir, que han convertido varios edificios de Madrid en cárceles a
perpetuidad en donde dejan morir a hombre mujeres y niños sin ninguna
esperanza, es demasiado horrible para ser verdad.
—¿Qué
edificios? —Pregunté.
—No me
hagas caso, no será verdad.
—¿Qué
edificios insistí? —mientras la angustia me subía del estómago al pecho.
—Pues
dicen que donde estaba el Circo Price y la Casa Encendida han montado Centros
de retención, todos los antiguos restaurantes y pabellones de la Casa de Campo
han sido incautados, vallados y están llenos de gente, no dejan pasar.
—Tendré
de que dar una vuelta con cuidado, ¿y esa? — dije, mirando para la chica en el
sofá.
Levantó
la cabeza y dijo:
—Soy
Miria, muackkks. Me quedo a dormir.
No acabó
de pronunciar las palabras cuando en la calle se oyeron sirenas y motos, apagamos
las luces y nos asomamos al ventanal. De repente la calle se había llenado de urrepes
y varios vehículos acorralando a cerca de cincuenta personas que, como zombis,
deambulaban de un lado al otro sin saber qué hacer, algunas mujeres llevaban
niños en los brazos. De repente por cada lado de la calle se atravesaron dos
grandes furgones y los urrepes los empujaron hasta ellos y
cerraron herméticamente las puertas.
—Otros
para un centro —dijo Fran— puede que ya no vuelvan a ver la luz del día.
—Joder
Fran, no me creo eso, los reeducarán o yo que sé, pero ¿dejarlos morir? ¿No les
llaman Centros de Reeducación social?
—Bah,
déjalo… ¿Qué te ha pasado?, tu no sueles hacer tarde a no ser que sea por algo
importante.
—Me
entretuve a salir del trabajo, bueno de la mierda esa que hago para
Administración Central, me encontré con una vieja amiga, dimos un paseo y
cuando me di cuenta eran casi las nueve y he tenido que venir callejeando desde
Cuatro Caminos. Me he encontrado con una revuelta en Quevedo, más de diez
furgones contra 200 manifestantes, se han llevado a más de 60, los han gaseado
y cayeron al suelo como moscas, a pesar de estar narcotizados les han dado
cientos de golpes y patadas. Estoy cansado.
Fran sacó
una botella de la cocina y tres vasos llenos de hielo.
—Joder,
como te lo montas, ¿de dónde has sacado eso? ¡Whisky de malta!, falta el
tabaco.
—El
tabaco está en la mesita, Marlboro del bueno— dijo sirviendo abundantemente los
vasos—pilla el paquete del cajón, al lado hay un mechero.
Fran
trabajaba en la CDZO que monopolizaba la distribución en la Z0 mediante más de
diez compañías aparentemente independientes. Madrid, una macro ciudad estado de
ocho millones de habitantes. Habían desaparecido los ayuntamientos y todos los
pueblos formaban ahora parte de Madrid con una Alcaldesa-Presidenta dueña y
señora de todo el territorio. Yo controlaba las entregas de los paquetes
básicos, cada vez más exiguos, con los que pretendían que los habitantes sin
recursos de los barrios y los antiguos pueblos no salieran a mendigar por las
Zonas 0, 1 y 2, ni pensar ni en whisky del malo ni mucho menos tabaco que según
“Ella” estropeaba los pulmones y la Ciudad no tenía para pagar la Sanidad. Los
habitantes de las Zonas 3, 4 y 5 que trabajaban en las otras zonas tenían un pase
de 6 de la mañana a 10 de la noche, hora en que todo tenía que estar cerrado.
Después
de las revueltas de hacía dos años, Madrid se había quedado aislada, con el
Gobierno en pleno huyendo a Abu Dabi en vuelos privados. Miles de
ciudadanos también huyeron en los primeros días, antes de que la Alcaldesa
tomara las riendas y apoyada por los acuartelamientos que había en la antigua
capital de España, hubiera bloqueado todas las salidas de la Comunidad,
declarado el Estado de Sitio y proclamando la República Monárquica, Libertarian
y Democrática de Madrid, ni había Rey, ni Democracia y lo de libertarian no
tenía nada que ver con el anarquismo si no con el anarcocapitalismo. Estábamos
en pleno experimento sociológico dirigido por los austrialopitecus.
CONTINUARÁ