domingo, 11 de mayo de 2014

ELLA

Cuando no tienes nada, no hay nada que perder, ahora eres invisible, no tienes secretos que a nadie importen» canturreaba en inglés intentando imitar la estética vocal de Dylan.

Desde la mesa de trabajo disfrutaba del pequeño valle, allá abajo. El río, pletórico de agua, corría desesperado a morir en el embalse de riego. Aquí y allá el verde lo inundaba todo y podía observar con tristeza a los campesinos trabajando en sus sembrados y frutales como pequeñas hormigas obreras.

Ella dormitaba en el sofá, se levantó, salió a la terraza, apoyó sus manos en la balaustrada y observó vigilante. Volvió a entrar y después de rozarse con él se sentó en el suelo a su lado. Él le acarició la cabeza.

Siguió escribiendo,  cuando "sonaban disparos en el bar" y antes de que gimiera el triste violín de Scarlet Rivera, como no brotaban las palabras ni fluían las ideas, cerró la tapa del portátil. Se dirigió al sofá, se echó y ella se acurrucó con él.

Mientras la acariciaba se quedó dormido…

Corrían los dos, río arriba, por el “camí de sirga”, los frutales en flor, el agua. Ella jugaba, ora cruzándose por delante de él, ora quedándose retrasada. Ahora unos olivos, los cerezos todavía no habían adquirido su color de fuego, se cruzó con un pescador que administraba cuatro cañas en busca del monstruo fluvial, mientras, trasegaba cerveza caliente como queriendo saciar una sed crónica.

Entre los carrizales, los patos y las garzas buscaban alimento. El sudor le caía por la frente, en los auriculares sonaban las voces a dúo del hombre de negro y el poeta judío, “recuérdale a una chica que vive allí, que ella fue mi verdadero amor”, los píes marcaban el ritmo.

Cuando entró en el pequeño bosque y el camino se estrechaba, ella se zambulló en el agua unos minutos, él siguió corriendo y como siempre disfrutó de las formas imposibles de los árboles medio hundidos en las aguas. Dejó atrás chopos, álamos y salces, hasta creyó distinguir un viejo olmo superviviente entre la maraña de hiedras y cornejos.



Ella se adelantó y de repente frenó su carrera en seco, volvió corriendo hacia él como queriendo avisarle de algo. Sintió el golpe en la espalda y cayó al suelo, un cortocircuito apagó su cerebro mientras llamaba a las puertas del cielo.

En un lapsus de lucidez vio la cara del pescador casi pegada a la suya y pudo oler su aliento etílico. Ella estaba a su lado y le lamió la cara. Volvió a perder el conocimiento.

Cuando despertó estaba cubierto de sudor y ella, como aquel día, le mordía la manga y ladraba. La calmó y acarició su lomo. Gracias a ella las puertas del cielo no atendieron su llamada. Se incorporó y se sentó en la silla de ruedas que había dejado al lado del sofá. Salió a la terraza y contempló el valle, se imaginó corriendo juntos río arriba.

1 comentario:

  1. Juanvi, me ha,encantado esta faceta de cuentista.... A veces hay que dejar volar la imaginación y utilizar la palabra para soñar.

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