Suelo levantarme muy despejado
por las mañanas. Me ducho, me afeito, preparo café, tostadas, zumo y mientras
desayuno escucho en la radio las tertulias matinales. No sé qué tipo de deformación psíquica tengo en mi
cerebro, es como si cada noticia o cada comentario me entrara por las venas y
recorriera todo mi cuerpo como una descarga de heroína y me hace sentirme en
condiciones óptimas. Salgo a la calle comiéndome el mundo. Tendré que
consultarlo con mi psiquiatra de cabecera.
La verdad es que desde hace
meses, en las noches de luna llena, mis colmillos crecen, el pelo de la cabeza se me eriza, la barba se hace más espesa, el cuerpo se llena de un pelo negro y duro, mis
manos se convierten en unas garras diabólicas y tengo que vestirme con traje
oscuro, camisa negra y llevar guantes.
—Doctora, usted me diagnosticó
un trastorno ansioso depresivo pero últimamente sueño que en las noches de luna
llena vago por la ciudad destripando todo tipo de ciudadanos; pijos, negros, extranjeros pobres y ricos, parados, trabajadores, perro
flautas y mujeres decentes, mi ansiedad no le hace ascos a nadie...— le suelto casi antes de sentarme
en el sillón.
La doctora me mira con esa
sonrisa seductora que solo ella sabe poner y me dice:
—Eso son sueños. No te
preocupes, tienes que trabajar más con la psicóloga, hay que saber el porqué; ¿has probado a trabajar con
las constelaciones familiares?, quizás una dependencia infantil por la madre,
algún duelo que no has cerrado o quizás algo de un antepasado violento,
mira te voy a aumentar la medicación— y me suelta cuatro recetas.
Precisamente esta noche en
Lavapiés me comí dos senegaleses, un moro y una señora de Valladolid que se había perdido después de una visita a la Almudena, esta última estaba muy
rica, por cierto. Me quedé satisfecho pero a las dos horas, después de pasear la cena por
el Retiro, sentí hambre y mientras volvía a casa por el Paseo del Prado
ocultándome entre los árboles y medio iluminadas por la luz de una farola vi una
pareja de chicas que abrazadas contemplaban la luna llena.
— ¿Dos mujeres abrazadas?,
seguro que son bolleras. ¿Cómo se puede contemplar la luna a estas horas
abrazadas y besándose? —pensé mientras me acercaba a ellas sigilosamente
y un hilillo de baba caía de la comisura de mis labios.
En un abrir y cerrar de ojos me
abalancé sobre ellas y después de degollarlas con la garra derecha di buena cuenta de
sus tiernas carnes aromatizadas por el porro que se estaban fumando, ¡estaban
deliciosas!
Después de limpiarme la sangre
tuve que coger un taxi en Atocha, menos mal que llevaba una radio fórmula, había cenado demasiado, el senegalés estaba un poco duro, mañana ire por el barrio de Salamanca, seguro que están más tiernos. Cuando llegué a casa una ducha y a la
cama, dormí como un bendito, lo curioso es que me desperté sin ardor de
estómago y muy optimista. Me duché, me afeité, preparé café, tostadas y zumo y
mientras desayunaba busqué en el dial una tertulia radiofónica, me siento feliz. En la
próxima sesión con mi psiquiatra le
preguntaré si será el café.
¡¡Eres genial, Juanvi!
ResponderEliminarGraciñas, un bico
ResponderEliminar